Desde
la antigüedad al ser humano le han tildado de ser corrupto, al punto que las
acciones de muchas personas generan desconfianza sobre todo cuando están en
cargos públicos, desde la religión judeo- cristina se justificó esta acción del
individuo como consecuencia del pecado original; hoy en día sigue existiendo
tal desconfianza con la diferencia que todo hombre y mujer puede corromperse,
pero no significa que lo haga, es decir, la persona tiene la capacidad para no
caer en actos corrupto donde la crianza, la religión y los valores tienen un
peso relevante para ello.
Partiendo
de la premisa que los seres humanos pueden evitar caer en la corrupción, deben
de existir mecanismo que le contenga si tiene la intención de hacerlo, es
decir, debe de haber supervisión de
otras personas en las acciones y dinero
que se maneje sea público o privado para resguardar la transparencia
de la institución y la integridad
del sujeto que ejerce el cargo; al mismo tiempo crear sanciones simbólicas,
jurídicas y penales para que cada persona asuma su responsabilidad en caso
de cometer actos de corrupción.
Así mismo, cuando se acusa a un individuo de
algún delito de corrupción tanto el acusador como el acusado deben de demostrar
con pruebas lo que se niega o se afirma, en el caso de funcionarios públicos o
futuros presidentes no basta con decir que es una guerra sucia (que es cierto),
sino que debe demostrar su inocencia. Por lo tanto, cualquier persona es
proclive a caer en la corrupción, pero muchos no lo hacer por convicciones
éticas-morales-religiosas, otros simplemente caen con el agravante que si no
son descubiertos y sancionados incurrirán en el delito tantas veces como les
sea posible, por ello, son necesarias las autorías y supervisión antes y
después que la persona ejerza dicho servicio a la nación.
Ronald Valera.
Filosofo
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